lunes, 27 de septiembre de 2004

Eclipse religioso, decadencia cultural y crepúsculo de la belleza - Rodolfo Mendoza


Eclipse religioso, decadencia cultural y crepúsculo de la belleza
Dr. Rodolfo J. Mendoza



Estamos participando de un noble intento por devolverle a los hombres de nuestro tiempo el reencuentro con la presencia del ser en la experiencia de la verdad, del bien y la belleza.

Como consecuencia del gradual proceso de secularización de la cultura y el correspondiente distanciamiento entre la vida del hombre, personal y social, y la urdimbre religiosa que genera y conforma la genuina trama de su más perfecta forma de existencia histórica, esto es, la cultura, se ha producido la quiebra de dos experiencias esenciales para la plenitud de la persona. Queremos decir que junto con la perdida del sentido religioso, han quebrado en la vida del hombre actual la experiencia metafísica y la experiencia poética de la creación, del hombre y de Dios.

El hombre, misteriosa y oscilante conjunción de grandeza y miseria, de plenitud e indigencia, de creatura terrestre y celeste a un tiempo, ha salido de quicio rompiendo la armonía de destino querida por Dios para su creatura privilegiada sobre la tierra.

El fenómeno de desarticulación cultural al que aludimos adquiere particular relieve en dos fenómenos estrechamente vinculados: la crisis del sentido y la paulatina extinción de la experiencia del misterio debida a la correspondiente pérdida de las formas simbólicas del conocimiento, llevada a cabo en todos los planos en que este tiene lugar. Al respecto destacaba con especial énfasis Su Santidad Juan Pablo II, refiriéndose al eminente filósofo católico Gabriel Marcel, que la existencia sin la experiencia misterio se convierte en un infierno.

La dimensión estética de la cultura expresada en diversas formas artísticas reconocen su inspiración primigenia en el culto como fuente originaria de incesante renovación. Estas describen a través del proceso de desacralización un progresivo, complejo y diverso deterioro. Dicho deterioro, consiste en un debilitamiento paulatino del centro sacro que se va intensificando, nos permite percibir en el campo de las formas artísticas, una suerte de empobrecimiento y degradación. Dicho fenómeno verificable históricamente ha llevado a denominar a esta experiencia histórica como “pérdida del centro” y “muerte de la luz” (Hans Sedlmayr) y a otro notable estudioso del tema a escribir un libro titulado “De la indignidad en el arte sagrado” (Perez Gutiérrez).

Conocemos, por el testimonio constante del Magisterio Pontificio acompañado por un coro autorizado de grandes artistas y finos intérpretes de las diversas expresiones de las formas del arte, el juicio de preocupación y alerta por este eclipse creciente de las formas simbólicas.

En el ámbito religioso del culto católico, que es nombrar al centro inspirador y regenerante de nuestros avatares culturales, dicha preocupación se ha referido a través de los propios Pontífices, Prelados y Teólogos, al devastador empobrecimiento litúrgico padecido por nuestra Iglesia. Sabemos por la fe que los designios salvadores de Dios pueden pasar por encima hasta de las cosas más nobles, que son entrañables a la Esposa del Verbo Encarnado: como son el debilitamiento de la liturgia, la adulteración del ámbito del templo, la poesía, el canto y la música sagradas requeridas para la alabanza y la celebración de los misterios. Somos conscientes de este despojo y debemos estar dispuestos aún a sufrirlos sin que se altere la alegría de la salvación que está más allá de muchas de estas situaciones desoladoras.

¿Pero es que acaso la conciencia de esta situación y la aceptación de tal menesterosidad como ofrenda de desprendimiento y desasimiento, nos impide y sí no nos reclama el seguir bregando para redescubrir formas genuinas y aptas de la belleza sagrada para cantar la alabanza del Señor?. No se trata de ningún tipo de esteticismo litúrgico. Apetecemos la belleza que pertenece primordialmente a Dios y nos la comunica al crearnos. Es esa belleza originaria desde la cual y con la cual nos sentimos movidos a buscar el renacer de un verdadero arte cristiano tanto en la esfera de lo sagrado como de lo profano, es decir, en la fuente incesante e incambiable del culto, como en la dignidad de una existencia histórica que celebre la verdad, la bondad y la belleza de Dios en los hombres que responden a su llamado en las letras, la música, las diversas formas de la plástica; en la intención profunda de levantar en el seno de la ciudad de los hombres un espacio festivo de ocio que permita a estos reencontrar el sentido último de su anhelo de felicidad en la contemplación.


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